jueves, 27 de octubre de 2016

Te presento a José

1.
Me encontraba sentada bajo uno de mis árboles favoritos, yo calculaba que habría de tener más de cien años. Estaba pues debajo de él, descansando en su sombra fresca, mirando perdidamente a mí alrededor. El clima estaba fresco, soplaba el viento y el cielo se encontraba despejado con un sol insistente en calentar los corazones de las criaturas que en el momento se encontraban en el mismo sitio que yo. Pero el árbol, que se alimenta del sol, bloqueaba sus intenciones y lograba enfriar el clima lo suficiente como para hacerlo bastante agradable.

Me recosté, usando sus raíces como almohada y tome mi libro, comencé con una lectura agradable, hasta que la comodidad me hizo suya y sin mas remedio me quedé dormida bajo la protección de José, uno de mis árboles favoritos.

Yo soy así, nombro a las plantas y a los animales, disfruto bastante de la simplicidad de las cosas que te da la vida y la naturaleza y eso hace compleja y excitante mi vida. Me gusta dejarme llevar por el viento y el mecer de las hojas, el sonido que hacen al chocar unas con otras en armonía, como si cantaran pequeñas cancioncillas. Así pues, me quedé dormida pacífica, sin darme cuenta, que  en la inconciencia del sueño profundo, sonreía, me sentía plena.

-¿Estás bien?- Algo interrumpió mi sueño, me moví un poco incómoda, no sabía que sucedía. No sé si sea normal, pero después de una siesta corta, al despertar es como si estuviera perdida en el tiempo y en el espacio. No sé dónde me encuentro ni si quiera en qué tiempo, me desubico completamente. Era un chico quien me había vuelto a la realidad, el sol había ya cambiado de posición y lograban colarse algunos destellos por las hojas de José, uno de mis árboles favoritos. Tenía los ojos cafés, no tan oscuros, con las rayitas del iris bastantes bien marcadas, el tipo de ojos que tienen esa belleza atrapante, cautivadores, inocentes, transparentes, esas rayitas que parecen estanterías llenas de recuerdos, al instante me perdí en su pequeña biblioteca.
-¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien?- Me sacó de mi ensimismamiento, no había reparado en el resto de su persona, era alto, de piel morena y cabello oscuro como la noche, pero más que sus ojos, tenía algo impactante en el rostro, algo en lo que no había reparado y que sin duda era inexplicablemente una de las cosas más bellas que había visto en la vida. Una sonrisa con hoyuelos profundos, dientes blancos como perlas; era bella en todos los sentidos, sincera, con una bella curva, en mi vida había percibido algo así, era sin duda la sonrisa más bonita que existía. Al instante me di cuenta, que ese chico, me había enamorado.

-E-estoy bien!- Carraspeé sonrojada- Me he quedado dormida con la comodidad de José, no es la primera vez que me sucede, lamento que te causara alguna preocupación o molestia.

Me miró, sentía que no podía sostener esa mirada calculadora, así que desvié mis ojos, seguía ahí plantado frente a mi, la verdad no sabía qué hacer, era la primera vez que veía a aquél muchacho y no sabía como evitar que perdiera el interés en mi estado adormilado y siguiera ahí, conversando conmigo. De algo estaba segura, quería conocer cada detalle de la vida del chico con la sonrisa más bonita del mundo.

-¿José? ¿Hay alguien más aquí, es acaso que he interrumpido algo?- Se veía preocupado, solté sin querer una risita nerviosa y traviesa, nunca le había mencionado a José a nadie, me sonrojé de nuevo, seguramente me juzgaría de loca, era lógico, había nombrado a mi árbol favorito, seguro que algo anda mal conmigo.
 -Él es José- le contesté con la mirada baja, un poco apenada apuntando hacia el árbol. Le hablaré un poco de José, es un Sicomoro, ha de tener unos 10 metros de altura, de ramas y tronco grueso, bastante frondoso, fresco, fuerte, lleno de vida. Los pajarillos suelen anidar en sus ramitas, a veces encuentro también algunos gatitos traviesos en ellas. En ocasiones, a pesar de mi pánico a las alturas, me gusta subir a sus ramas y dormitar en ellas, son lo suficientemente gruesas para que me recueste sin peligro de caer. Así que él es José y ese chico lo único que hizo ante mi respuesta, fue lanzar una sonrisa coqueta, mi corazón se aceleró.
-¿El árbol es José?- es un placer, así que te has quedado dormida bajo su protección, interesante, ¿Puedo sentarme?- sonrió de nuevo, no entendía muy bien qué estaba sucediendo, cada vez que sonreía ese extraño muchacho mi corazón daba un vuelco y se aceleraba, yo no quería que ese chico desapareciera, que se marchara y no volver a verlo, de repente, sin quererlo mi cerebro me regaló un sinfín de imágenes sobre qué podría pasar si conociera a esa persona, si me hiciera su amiga, si siguieran las cosas. Me sonrojé de nuevo, ni siquiera lo conocía, así que detuve mis pensamientos, es muy común que me pierda en ellos, me sobresalté.
-Por favor, no me molesta para nada. Mi nombre es María, este es mi sitio y mi árbol favorito y se llama José, espero que no consideres raro que haya nombrado a mi árbol favorito- Me sentía como una chica de secundaria, nerviosa y atraída a descubrir los misterios que encerraban sus ojos en forma de recuerdos, regados por todo su iris.
-María, que bonito nombre. Yo me llamo Emanuel, mucho gusto- se sentó.- Creo que este se ha convertido en mi lugar favorito también, se está muy cómodo aquí.- Se relajó, recargó los brazos por detrás y miró hacia arriba.- Me encanta ver como atraviesan los rayos solares las hojas de los árboles, y ver como se mecen con el viento.- Fue algo extraño, justo estaba pensando en lo mismo, esa pose le venía bastante bien, el sol y las sombras le favorecían los rasgos de la cara y del cuerpo, era verdaderamente atractivo, aunque no era su físico lo que mas me atraía, había algo en ese chico que verdaderamente captaba mi atención. Quizá era su simpleza o la sinceridad en su sonrisa, la picardía infantil de sus ojos, no lograba decifrarlo…

CONTINUARÁ...
Cortana!

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