lunes, 28 de diciembre de 2015

En viajes separados... Parte 4 El paraíso de los gatos

Amanecí un poco más descansada y pese a lo que uno normalmente esperaría de mi desperté a eso de las 9 o diez, la verdad es que no sabría decir, no revisé el reloj hasta que dieron las 11 y ya llevaba quien sabe cuánto rato despierta.

Mamá y papá bajaron al pueblo a comer menudo, a mi particularmente no me gusta. De ahí mismo donde desayunaron nos trajeron unas quesadillas, me costó bastante trabajo comer la segunda, puesto que tengo los brackets y es bastante incómodo.

Aun así, un par de quesadillas no eran suficiente alimento y tenía la sensación de querer comer más. Mis hermanas concordaban conmigo, así que decidimos que iríamos al restaurante del hotel a ver si había algo interesante en el menú para comer. A mí se me habían antojado unas crepas, pero al parecer sólo están en el menú de la comida. Así que comí un poco de pan, jugo de naranja y “chocomilk”.

Fue un día bastante extraño, al principio pintaba a ser aburrido y sin chiste, un montón de personas tiradas en el pasto sin nada que hacer, una leyendo, otra jugando con el agua, otra dormida en el pasto, en fin. Me quedé un rato leyendo Asimov, también me quedé mirando hacia el paraíso de en frente imaginando incontables historias, en las que figuraban un Jaguar y muchas aves.

Fue entonces que papá lo propuso, teníamos el plan de ir a una granja de peces, eso era bastante interesante, las había estudiado el semestre anterior, fue bastante gracioso para mi llegar ahí puesto que en realidad jamás pensé que haría uso de los conocimientos de esa clase, que se podría decir que se consideraba como una terrible pérdida de tiempo, por varios factores claro está, no solamente porque no es una clase muy aplicada en mi ciudad o en general en la vida.

Nos dispusimos pues a la granja. Unos minutos de carretera y un camino escondido, hectáreas y hectáreas de Cañaverales, de pastos gigantes con pincelitos en las puntas, decorando los campos con su color rosita. Los pocos árboles que quedaban de lo que alguna vez fue la selva en la huasteca, se elevaban; no mucho, tratando de tocar el cielo y de sobrevivir al ser humano, como todo en este planeta.

Al entrar al camino, unos minutos después, nos topamos con una puerta azul, compuesta de metal y madera, con arreglos rudimentarios para que no se estampara nunca y para que las vaquillas que ahí vivían no fueran a escapar a la carretera o a los cañaverales en su defecto.

Al llegar hicimos un poco de coraje porque habían unas, digámosles criaturas, incultas, estúpidas, sin cerebro, humanos, como último insulto, de esos que aman matar a sangre fría y que no saben en lo absoluto lo que es la compasión y pues seguramente no tienen educación y escuchan música banda. Me disgusta ese tipo de personas, quisiera hacerles precisamente lo mismo que ellos hacen, meterlos en un bosque y cazarlos, apuntarles con mi sniper o con mi DMR o cualquier arma, incluso un revólver y hacerles saber que su vida está en mis manos, justo como ellos hacen con los animales a los que atormentan.

Es muy raro, porque estoy a favor de la cacería siempre que sea para consumo propio, que sea porque es necesario, para alimentarte o para defensa personal incluso, el asesinato en sí, no lo tolero en lo más mínimo. Esa saña de llegar y decir, lo maté porque quise, por diversión, por deporte, porque se vería bonito en mi pared, me purga el alma, eso sólo habla de bestias inmundas, retrógradas, medievales que no tienen una pizca de cerebro, justo como los toreros y los que van a las corridas de toros, es muy simple, el que mata, ya sea a un animal o a una persona, incluso un árbol, con la intención de simplemente matarlo, es un ASESINO, no hay de otra, son asesinos y deberían ser erradicados de la sociedad.

En fin, El lugar era un rancho bastante grande, con varios estanques, en medio de la nada y rodeado de selva, cañaverales, animales diversos y millones de árboles, era como un pequeño paraíso.
                              
Al descender del auto, nos topamos con dos mininos, unos pequeñitos peludos que eran demasiado amables, no tenían mucho la actitud normal de un gato, eran dos gatitas. Una gris con franjitas y una blanquita de ojos azules.
Mamá se topó con unos gallos kikiriki, de pelea, que decidieron que su bota era su peor enemiga y le echaban pleito feroz, como si su vida dependiera de ello, fue bastante gracioso. Recorrimos el lugar y observamos los estanques, que ya casi estaban vacíos, recordé más cosas de las que esperaba recordar sobre la producción de peces y el mantenimiento de los estanques. Llegaron unos compradores y sacaron bastantes peces del río y de los estanques, papá decidió contratarse y ayudarles a los señores a cargarse de peces. Mientras todos estaban en sus labores y las mujeres estábamos perdiendo el tiempo en observar el panorama, encontramos una gatita más, una chica peludita. La gatita decidió que era material para ser su amiga y me siguió bastante rato para todos lados, hasta que se cansó y se echó a acicalarse.

El dueño del rancho, nos recibió bastante bien y platicó bastante rato con nosotros, muy amable y compartiendo con nosotros su desdén por la cacería y la mata innecesaria de animales. Estábamos muy tranquilos cuando de repente un águila se posó en un árbol no muy lejano de donde nos encontrábamos, observó por varias horas desde su puesto de vigilancia, no le quitaba de encima los ojos a los estanques. Resulta que todos los días llegaba y robaba un pez, pareciera como si fuera una cuota diaria que el señor debía pagar por vivir ahí.

Después de un rato y de ver al águila hacer vanos intentos en tomar un pez, regresamos al auto y volvimos al pueblo, el señor nos ofreció volver cuando queramos y nos ofreció su casa, me parecía bastante honesto, no era la típica cortesía que tiene todo el mundo sólo porque sí .

Regresamos al pueblo, hacía algo de hambre, así que nos detuvimos en un pequeño restaurantito a comer, son las enchiladas más deliciosas que he comido en mucho tiempo, bastante rico, lo disfruté demasiado y eso que no tenía tanta hambre como hubiera esperado. Quizá sea que Emanuel de verdad desea comer algo verdaderamente picante, después de todos los fiascos de pseudochile que ha probado allá en el país lejano en el que se encontraba.

Emanuel… mi semblante cambió súbitamente, siempre está en mi mente, pero esta vez fue demasiado fuerte, Emanuel… Nadie había notado el cambio en mi expresión. Algo dentro de mí se quebró, dolía, hacía algunos días no sabía nada de él ni él de mí, me preocupara que no fuera a estar bien, que se la estuviera pasando mal, que se sintiera como yo me siento cada noche con las mismas ganas de llorar…
-A unas tres cuadras hay un ciber – café, ahí consumes algo y puedes hacer uso del internet…
-Muchas gracias.

        Mis ojos brillaron, era justo lo que necesitaba, un poco de internet, para poder hablar con mi amado. Quería saltar de la alegría pero debía guardar la compostura, no quería arruinar mi felicidad con algún desplante de mi padre y sus negativas.
-Podríamos ir, consumir algo y aprovechar un ratito, si me gustaría, sería lindo.-Dije con un poco de inseguridad pero con esperanza en mis pupilas.
-Tú sólo quieres ir al internet María José.- Dijo mi hermana menor con desdén y una cara de desprecio en el rostro.
-Y eso ¿A ti que te importa?, no te afecta ¿O sí?- Le dije  con el mismo desprecio. Molesta con la forma en la que había contestado ante mi petición, ¿Qué daño le hacía si quería o necesitaba el internet? ¿Cuál era su problema?

        Finalmente, terminamos de comer y después de pagar la cuenta, nos retiramos a una tienda de ropa para hombres justo en frente de la calle en la que nos encontrábamos. Particularmente me estaba aburriendo, pero me alegraba que mi padre se comprara cosas para él, normalmente gasta su dinero en sus autos y no se compra cosas verdaderamente a él…
-Aprovecha que estamos aquí y adelántate a la cafetería esa ahorita te alcanzamos nosotros, para que tengas más tiempo y puedas platicar más agusto.

        Mis ojos se iluminaron, recibí el dinero gustosa, mi otra hermana me acompañó, caminamos hasta el lugar. Era un establecimiento pequeño, con olor a palomitas y algo encerrado…
-Palomitas.- Era la clave del wi – fi. De repente, mi celular hizo ka-boom! Se llenó de notificaciones por todos lados, pero lo que más me importaba eran las de él, hacer aunque fuera un pequeño contacto y así sucedió, pude, aunque fuera por unos minutos, saber que estaba completamente bien y que como yo, el me extrañaba y le hacía falta.
-Nunca en la vida quiero separarme de ti pequeña niña…

Hasta que tuve que marcharme y decirle un vago pero amoroso “adiós mi amor, ya debo irme” y se acabó mi momento de internet.

Regresé al aislamiento de mi hotel…

To be continued…


Cortana!

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