martes, 5 de enero de 2016

En viajes separados parte 6 Periquitos por doquier

Desperté algo temprano, quizá eran como las 9 de la mañana del día 21 de diciembre del 2015. No hacía tanto frío como lo había hecho en otros días, se podría decir en realidad que el clima estaba delicioso, algo fresco, pero lo suficientemente cálido como para utilizar un par de shorts y una blusa simple, sin chamarra, pero seguía siendo fresco, es ese tipo de clima agradable que a mí en lo particular me encantaba, era perfecto.

Subimos al auto, estaba nublado, el mismo camino hacia el pueblo, nos detuvimos unos segundos en el ciber – café, pero estaba cerrado, así que fuimos a desayunar.

El lugar era, cómo podría decirse, inusual. Nos detuvimos en una ferretería, que contaba con un puesto de comida en frente de la misma. Ordené un par de quesadillas con chicharrón. Está quizá de más mencionar lo exquisitas que estaban las condenadas, con un poco de frijoles negros y algo de sal, acompañados por supuesto de una coca – cola de vidrio super fría. Es sin duda un muy buen desayuno.

Fuimos de nuevo a dar una vuelta al ciber – café. Esta vez ya estaba abierto, así que aprovechamos lo poco que pudo durar, el internet para revisar pendientes. Logré hacer un pequeño contacto con Emanuel, hasta que de súbito el internet desapareció y no pude decirle ni adiós, ya será mañana que le explique cuando esté en una ciudad decente con internet y señal decente.

Fue como una señal del destino y volvimos al hotel, el resto del día no fue muy productivo, sin embargo lo disfruté bastante. Me tome uno de los baños más deliciosos de mi vida.

El día seguía regalando ese vigor, esa pureza que invitaba a sentirse calmado, en armonía, los pájaros cantaban sin parar, el viento soplaba suavemente, se escuchaba un murmullo del agua que corría por el río, el clima era delicioso y había paz. Sólo faltaba él y hubiera estado completa mi felicidad. A pesar de llevarlo siempre conmigo, no estaba, está lejos, a medio mundo de distancia y ni siquiera podía mandarle un mensaje para decirle, “te siento conmigo”.

Abrí mi libro y continué con mi lectura, Asimov me tenía cada vez más embelesada con sus múltiples historias, llenas de personajes tan intelectuales que me gustaría conocerlos en persona. Hace que uno piense en los robots, como seres con sentimientos, capaces de poner su existencia en riesgo con tal de proteger la humana, me hace sentir aún más cariño por los humanoides de lo que ya tenía.

Posterior a mi lectura, di un pequeño paseo por los jardines del lugar, dejando que la brisa tocara mi rostro, escuchando a las avecillas que vivían una vida muy simple, pero llena de alegrías y vuelos por el inmenso cielo. Escuchaba el río incansable y veía pececillos en lo que papá llama “la guardería de pececillos”, los escuchaba por todos lados, iban de un árbol para otro, chismorreaban, se pasaban noticias, se acicalaban, se miraban unos con otros, algunos notaban mí presencia y seguramente la comentaron con los demás. Los periquitos verdes eran muy curiosos de observar, son animales monógamos; que tienen una sola pareja para toda su vida, viajan con ella a todos lados y se acompañan siempre, es sumamente romántico y hermoso, algunos quizá me dirán que es algo muy cursi, pero de igual manera a mí me gusta lo cursi, así que no me molesta. Cantaban haciendo un escándalo a donde quiera que fueran. Eran de un verde indescriptible, preciosos, aves libres, libres para volar a donde quisieran, sin embargo su mundo se reducía a esos árboles para que yo pudiera contemplarlos el día de hoy.

Fuimos a comer, ya era algo tarde, algo así como las 5:30 de la tarde, comenzaba a cambiar la coloración del día, se notaba ese cambio de luz que se da a las 5:30 de la tarde en horario de verano, sumamente peculiar y a mi parecer, una de las horas más hermosas del día, justamente 5:30. Subimos por las escaleras con dirección al cielo, pasamos la cascada, y llegamos por fin al restaurante.

Fetuccini con crema de chipotle, una coca de lata y mucho parmesano. Empezamos con un guacamole, con lo que se puede esperar con un guacamole, algo simplemente delicioso. La música de repente estaba bien, recordando algunos de los buenos clásicos del pop y luego se ponía demasiado contemporánea y lo arruinaba un poco.

Después de unas crepas con cajeta y algo de nieve, un vaso de leche con chocolate y algo de azúcar. Caminamos por la oscura carretera hacia la entrada del hotel, las escaleras con dirección al cielo, no eran lo más adecuado para utilizar cuando la luz era completamente nula, cualquier paso en falso y significaría la muerte de alguien. La carretera tampoco era una opción satisfactoria, pero era la mejor en este caso. Fueron aproximadamente unos 15 minutos hasta la terraza. Dejamos las cosas que nos sobraban dentro, como bolsas, chamarras y disfrutamos de la apacible noche con música de fondo y luces románticas.

The end…

Cortana!

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