Desperté algo temprano, quizá eran como las 9
de la mañana del día 21 de diciembre del 2015. No hacía tanto frío como lo
había hecho en otros días, se podría decir en realidad que el clima estaba
delicioso, algo fresco, pero lo suficientemente cálido como para utilizar un
par de shorts y una blusa simple, sin chamarra, pero seguía siendo fresco, es
ese tipo de clima agradable que a mí en lo particular me encantaba, era
perfecto.
Subimos al auto, estaba nublado, el mismo
camino hacia el pueblo, nos detuvimos unos segundos en el ciber – café, pero
estaba cerrado, así que fuimos a desayunar.
El lugar era, cómo podría decirse, inusual.
Nos detuvimos en una ferretería, que contaba con un puesto de comida en frente
de la misma. Ordené un par de quesadillas con chicharrón. Está quizá de más
mencionar lo exquisitas que estaban las condenadas, con un poco de frijoles
negros y algo de sal, acompañados por supuesto de una coca – cola de vidrio
super fría. Es sin duda un muy buen desayuno.
Fuimos de nuevo a dar una vuelta al ciber –
café. Esta vez ya estaba abierto, así que aprovechamos lo poco que pudo durar,
el internet para revisar pendientes. Logré hacer un pequeño contacto con
Emanuel, hasta que de súbito el internet desapareció y no pude decirle ni
adiós, ya será mañana que le explique cuando esté en una ciudad decente con
internet y señal decente.
Fue como una señal del destino y volvimos al
hotel, el resto del día no fue muy productivo, sin embargo lo disfruté
bastante. Me tome uno de los baños más deliciosos de mi vida.
El día seguía regalando ese vigor, esa pureza
que invitaba a sentirse calmado, en armonía, los pájaros cantaban sin parar, el
viento soplaba suavemente, se escuchaba un murmullo del agua que corría por el
río, el clima era delicioso y había paz. Sólo faltaba él y hubiera estado
completa mi felicidad. A pesar de llevarlo siempre conmigo, no estaba, está
lejos, a medio mundo de distancia y ni siquiera podía mandarle un mensaje para
decirle, “te siento conmigo”.
Abrí mi libro y continué con mi lectura,
Asimov me tenía cada vez más embelesada con sus múltiples historias, llenas de
personajes tan intelectuales que me gustaría conocerlos en persona. Hace que
uno piense en los robots, como seres con sentimientos, capaces de poner su
existencia en riesgo con tal de proteger la humana, me hace sentir aún más
cariño por los humanoides de lo que ya tenía.
Posterior a mi lectura, di un pequeño paseo
por los jardines del lugar, dejando que la brisa tocara mi rostro, escuchando a
las avecillas que vivían una vida muy simple, pero llena de alegrías y vuelos
por el inmenso cielo. Escuchaba el río incansable y veía pececillos en lo que
papá llama “la guardería de pececillos”, los escuchaba por todos lados, iban de
un árbol para otro, chismorreaban, se pasaban noticias, se acicalaban, se
miraban unos con otros, algunos notaban mí presencia y seguramente la
comentaron con los demás. Los periquitos verdes eran muy curiosos de observar,
son animales monógamos; que tienen una sola pareja para toda su vida, viajan
con ella a todos lados y se acompañan siempre, es sumamente romántico y
hermoso, algunos quizá me dirán que es algo muy cursi, pero de igual manera a
mí me gusta lo cursi, así que no me molesta. Cantaban haciendo un escándalo a
donde quiera que fueran. Eran de un verde indescriptible, preciosos, aves
libres, libres para volar a donde quisieran, sin embargo su mundo se reducía a
esos árboles para que yo pudiera contemplarlos el día de hoy.
Fuimos a comer, ya era algo tarde, algo así
como las 5:30 de la tarde, comenzaba a cambiar la coloración del día, se notaba
ese cambio de luz que se da a las 5:30 de la tarde en horario de verano,
sumamente peculiar y a mi parecer, una de las horas más hermosas del día,
justamente 5:30. Subimos por las escaleras con dirección al cielo, pasamos la
cascada, y llegamos por fin al restaurante.
Fetuccini con crema de chipotle, una coca de
lata y mucho parmesano. Empezamos con un guacamole, con lo que se puede esperar
con un guacamole, algo simplemente delicioso. La música de repente estaba bien,
recordando algunos de los buenos clásicos del pop y luego se ponía demasiado
contemporánea y lo arruinaba un poco.
Después de unas crepas con cajeta y algo de
nieve, un vaso de leche con chocolate y algo de azúcar. Caminamos por la oscura
carretera hacia la entrada del hotel, las escaleras con dirección al cielo, no
eran lo más adecuado para utilizar cuando la luz era completamente nula,
cualquier paso en falso y significaría la muerte de alguien. La carretera
tampoco era una opción satisfactoria, pero era la mejor en este caso. Fueron
aproximadamente unos 15 minutos hasta la terraza. Dejamos las cosas que nos
sobraban dentro, como bolsas, chamarras y disfrutamos de la apacible noche con
música de fondo y luces románticas.
The
end…
Cortana!
Me encantó la última frase, es perfecta :J
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