La mañana era fresca, empezaba el otoño, mi época favorita del año, las
hojas de los maples comenzaban a pintar los suelos de la ciudad de Praga de
colores acre, se podía apreciar a las personas llenas de abrigos, gorros,
bufandas, guantes. Aún no elevaba bien la temperatura, pero el tiempo ya no
permitía ropa ligera. El cielo se encontraba despejado con un sol mañanero y
unos vientos ligeros como queriendo acariciar la piel de los peatones. Yo por
mi parte apenas despertaba de una noche tranquila.
La habitación se encontraba un poco desordenada, había algo de ropa tirada,
por lo demás todo se encontraba en orden. Era una habitación amplia, con un
tocador y un espejo grande en frente de la cama, un ventanal gigante en la
esquina izquierda de la habitación, con unas cortinas delicadas que dejaban
entrar unos rayos de luz tenues, un cálido suelo de madera lustrosa y uno que
otro tapetillo como decoración.
Seguía recostada, mirando el techo adoquinado de color nácar llena de
cobijas satinadas y un cabello bastante alborotado, giré mi cuello a mi lado
izquierdo, aún duerme, apacible, con una respiración armoniosa, su pecho sube y
baja lentamente y su rostro revela una sonrisa tranquila. Giré mi cuerpo hacia
el suyo y reposé mis brazos cruzados en su pecho y mi cabeza encima de mis
brazos, lo contemplé un rato mientras yo sonreía de la misma manera que él. Suspiró
profundamente, mientras yo me elevaba al compás de su respiración.
Acaricié su cabello con mucha ternura y seguí un minuto contemplándolo. Se
me hacía raro que las niñas no hubieran irrumpido ya en la habitación buscando
recostarse un rato en nuestros brazos, queriéndonos contar sobre las aventuras
que vivieron en el mundo de los sueños la noche anterior.
Después de un rato con varios estiramientos de sus brazos, despertó, no
puedo expresar la paz que siento cada vez que me rodea con sus brazos y me dice
con un beso, buenos días minina, ¿Cómo amaneciste? Sólo gruñí, como suelo
hacerlo en las mañanas cuando despierto. Me rendí en sus brazos y me acurruqué
de nuevo.
-¿Quieres ir al jardín a pasar la mañana? ¿Tomar un té quizá?- Preguntó con
una sonrisilla traviesa, yo por mi parte seguía sin hablar. –Tendrás que hablar
tarde o temprano pequeña gatita. Vamos que el día está muy bonito, vístete, iré
por las niñas. –Salió de la habitación con pasos grandes, de esos tan
característicos de él.
A lo lejos escuchaba las risillas de las pequeñas, sus piecitos corriendo
por su habitación y la voz de Emanuel, no era capaz de descifrar lo que les
decía, pero de seguro les pedía que vistieran para ir al jardín. Sonreí, amo
nuestra familia. Así pues me vestí con algo abrigador y le pedí a Catalina que
nos llevara el desayuno al jardín. Minerva mi gata, comenzó a restregarse en
mis piernas esperando porque le hiciera un poco de caso, así que la tomé en mis
brazos y me dirigí a la habitación de Amelie, ahí se encontraban todos,
inclusive Maya, nuestra perra dálmata, jugando y riéndo.
-¡Mami!!- ambas saltaron y abrazaron mis piernas poco más arriba de la
rodilla. –¿Estás lista para ir al jardín? –Sonreí, crecían bastante rápido y
que hermosas se ponían cada día. –Anda Mami, quiero jugar con los patos y
perseguir a los pajarillos salvajes. –Corearon, era extraño, pero siempre lo
hacían.
-Vamos pues, ¿Qué esperamos? –Les di unas palmaditas en los hombros como
apurándolas y tomé la mano de Emanuel quien a su vez, la apretó sosteniéndome
con firmeza. –Adoro a nuestras hijas. –Sonreí.
…
-¿Y bien? ¿Arriba o abajo amor?- Parpadeé varias veces un poco
desorientada.
-Ummmh … ¡Arriba! –Se encontraba arriba. –Siempre gano. –Sonreí orgullosa.
-No siempre.
-¡Claro que sí!
-No, no siempre, pero esta vez sí. Sopla mi niña, para que se cumpla tu
deseo.- Mis ojos brillaron, lo miré con timidez, sentía como me sonrojaba.
-Espero que se cumpla, es mi más grande deseo… Y así era, así es. Mi deseo
de pestañita.
Cortana!